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martes, 19 marzo 2024
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¡Qué bonitas tradiciones! El noveno de San Felices de los gallegos

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Hace unos días un gran amigo y su novia me invitaron a visitar el pueblo de su madre y poder disfrutar de las “Fiestas del Noveno”. El pueblo es San Felices de los Gallegos.

San Felices es un pueblo de la provincia de Salamanca, integrado dentro de la comarca de Vitigudino. Cuenta con una población de unos 442 habitantes y está encuadrado dentro de los pueblos destacados del parque natural de las Arribes del Duero. Si tenemos que resumir, históricamente, el nombre de este coqueto pueblo salmantino, diríamos que el actual San Felices estuvo poblado por los “vetones”, que dejaron sus huellas en los castros que todavía se conservan en la comarca. En la Edad Media se fundó el núcleo poblacional por dependientes del obispo de Oporto, don Felix y de ahí viene “San Felices”. “De los Gallegos” procede de que los colonos que lo poblaron procedían de Gallaecia, las tierras al norte del Duero.

La fiesta se lleva a cabo cada mes de mayo, en el fin de semana más próximo al día 11. Esto se debe a que fue el día 11 de mayo de 1852 cuando un grupo de magistrados del Tribunal Superior de Valladolid se reunieron, forzados por la presión popular, para abolir el “impuesto del noveno”. Este impuesto obligaba a los habitantes de aquella época a entregar al Duque de Alba una “novena parte de su cosecha”.

Estamos ante un acontecimiento histórico que la tradición se ha encargado de trasladar hasta nuestros días. Sin duda, algunos tratarán de dar una explicación ideológica al asunto y nos dirán que el hecho representa “un triunfo de la izquierda revolucionaria” o “la lucha dirigida de un pueblo oprimido contra el noble opresor”, etc, etc. Pero no se confundan, ni nos confundan a nosotros, porque se trata de algo que ustedes ni gobiernan, ni dirigen, se trata del valor espontáneo de un pueblo y su traslado de generación en generación hasta nuestros días y que lo único que demuestra, lamentablemente para algunos, es que en todo el territorio nacional tenemos unas preciosas tradiciones.

Bueno, vista la parte cultural, y analizada someramente la historia, me gustaría explicarles qué es lo que ha despertado en mí esta visita.

Antes de nada agradecer a los anfitriones (Marian y Julio) la invitación y haber podido disfrutar con vosotros y con todos los demás amigos esta preciosa fiesta. Nos habéis regalado un fin de semana perfecto. Me gustaría recordar a algunos en particular, aún a riesgo de que alguno se enfade, os pido que no lo hagáis. Gracias a José Vicente y a Carmen por enseñarme lo que es un caballo y a sentir la fiesta de otro modo más profundo, gracias a Marian por tu hospitalidad castellana en compañía del gallego, gracias a Carlos por enseñarme lo que no se debe hacer ante un toro, gracias al maestro Alvaro de la Calle por sus breves informaciones sobre el mundo del toro y el toreo, gracias a Jhony por enseñarnos lo que es un embutido de verdad de la tierra, muy a pesar de las reticencias de Julio. Gracias a todos.

Ante todo lo vivido en el lugar, mi sentimiento es: “Que bonita es España y todas sus tradiciones. Que ricos somos”. Viendo la celebración de este evento queda demostrado que un pueblo, el de San Felices, sin tener necesidad de forzar una posición ideológica u otra, por la simple transmisión de padres a hijos, de abuelos a nietos, compartiéndolo todos sin tapujos ni vergüenzas, han hecho llegar a nuestros días un evento a recordar. Esto podríamos decir que es una “obra de teatro en vivo”, donde actúan todos los del pueblo y algunos que no lo son, para mostrarnos lo valientes que fueron sus antepasados. Lo de la vergüenza lo he dicho porque se trata de una fiesta que gira entorno al toro. Se corren toros por las calles y se lidia uno en la plaza. Aunque algunas personas me criticarán por ello tengo que decir que me ha parecido un espectáculo precioso, dejando a un lado posturas animalistas o anti-animalistas.

El sábado pudimos asistir, desde un burladero improvisado en una calle del pueblo, al paso de la manada de toros y a los mozos y mozas, y a los que no lo son tanto, corriendo como descosidos. Los toros impresionan bastante y están guiados por jinetes a lomos de preciosos caballos. Son gente del pueblo que cuida y mima a sus animales durante todo el año para que este día cumplan con el ritual. De entre todos, y esto es una opinión personal, la más preciosa yegüa era “Campera”.

También pudimos visitar la plaza improvisada del pueblo. Una plaza cuyo ruedo queda improvisado a la antigua usanza con carros de labranza que lo rodean. Nuevamente nos tuvimos que rendir ante la belleza de una tradición convertida en cultura popular. Allí, en la arena, donde solamente unos pocos valientes osan postrarse delante de un toro, estaba el maestro Alvaro de la Calle, ejerciendo de “Jefe de Lidia”, el responsable de todo lo taurino. El maestro tomó la alternativa hace 17 años y se “bate el cobre” en plazas de segunda. Aprovecho este artículo para reivindicar que sean ustedes valientes, los apoderados, y le den una oportunidad, que no cuesta tanto.

En la plaza, además del maestro, y de los novilleros que lidian un “toro de muerte”, se sueltan otros toros para que “recortadores aficionados” deleiten al pueblo con sus arriesgadas maniobras. Si uno se concentra y cierra los ojos se ve transportado al San Felices de aquella época. También saltan al ruedo alumnos de las escuelas de toreo de la zona que se juegan el tipo ante los toros, con una espada de madera, para ver si les alumbra la suerte y algún representante se fija en ellos. Solamente puedo decir que hay que ser valientes para hacer lo que hacen y que ojalá alguno logre alcanzar el sueño que persigue. En más de una ocasión nos pusieron el corazón en un puño con sus arriesgadas figuras. Lo que sentí en ese momento, además de poder disfrutar de la belleza del espectáculo, fue una terrible pena porque en este, como en casi todos los ámbitos de la vida, un puñado de señores que nunca se han jugado nada, ni serían capaces de hacerlo nunca, puedan gobernar el futuro de otros que valen más que ellos.

Dentro de la fiesta, y esto sé que le gustará al director del periódico, gran amante del arte culinario, también se disfrutan de todo tipo de viandas. Marian nos obsequió con un hornazo tradicional, disfrutamos de vinos de la zona, de postres y, como no, de un espectacular cochinillo. Entre rosquillas, cafés, poco sueño y mucho baile se pasan los días de fiesta volando, aunque después los cuerpos manifiesten algo de cansancio.

No quisiera despedirme sin apuntar que esta fiesta representa nuestra historia, la de todos, la de un bravo pueblo castellano. No sólo vascos, catalanes o gallegos tienen identidad. Los castellanos, la Castilla profunda, la madre de esta España, tiene tanta historia e identidad como cualquier otra región de España. Defendamos lo nuestro, nuestras tradiciones, nuestras costumbres, nuestra historia y sintámonos orgullosos de ello, de lo que fuimos y somos. Para mi ha sido un orgullo poder participar como espectador de un acontecimiento así.

Como colofón me gustaría decir que viva San Felices, que vivan sus fiestas, que vivan nuestras tradiciones. Yo no me he sentido forastero ni un minuto y, a pesar de ser del norte, hoy me he sentido castellano y san feliceño y orgulloso de ello. Me gustaría invitarles a que visiten el pueblo en estas fechas, o si no pueden en otras, y puedan disfrutar de lo mismo que he sentido yo.

“Nunca unos pocos pueden acallar el clamor de un pueblo”. Creo que las fiestas de San Felices también representan esto.

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