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viernes, 29 marzo 2024

La actividad de los pasadores, salida de Túnez (II)

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El viaje cuesta entre mil (1000) y mil quinientos (1500) euros. Punto de partida, ciudad de Túnez en dirección hacia BEN GARDANE, ciudad situada en el sureste de Túnez, a unos seiscientos (600) kilómetros de la capital de Túnez. El trayecto se realiza a bordo de un vehículo dispuesto para la ocasión por el equipo de pasadores: un pick up recubierto por una lona, donde los hombres se amontonan, como si fueran ganado. El encuentro está previsto a las 19h00, hora local. El viaje se realiza durante toda la noche a fin de evitar la vigilancia de los agentes que controlan las carreteras.


Al día siguiente, sobre las 11h00, se llega a BEN GARDANE. Allí todavía hay que esperar, esperar a que la negociación se realice entre los pasadores y los guardas fronterizos tunecinos. La negociación puede llevar horas, días y, a veces, semanas, porque, además de negociar, hay que encontrar el buen momento para lanzarse al desierto con el gran riesgo de poder verse atrapados por los rebeldes. Mientras tanto, los migrantes se alimentan de pan, ocultos en casas abandonadas para evitar ser localizados, ya que, según los pasadores, hay que disminuir el riesgo todo lo posible.

Tras días atrapados en una cueva en la localidad de BEN GARDANE, es hora de comenzar seis (6) o incluso siete (7) horas de marcha a pie para llegar a la localidad de ABU KAMMASH, ciudad de Libia situada a 52 kilómetros de BEN GARDANE. Con la ayuda de un guía subsahariano, todo sucede como en una película de acción, porque hay que estar muy atento y en alerta ante el menor ruido. A lo largo de esta travesía, sálvese quien que pueda.
Tras este suplicio de varias horas, apenas tienes un respiro antes de retomar el camino en dirección a SABRATHA. Esta ciudad se encuentra a ochenta y dos (82) kilómetros de ABU KAMMASH. Es el punto de embarque de los migrantes hacia Italia. Como consecuencia, se impone un sacrificio adicional. Siempre la misma historia para todos los migrantes: hay que estar muy atento y en alerta ante el menor ruido. Todavía quedan casi ocho (08) horas interminables de marcha a pie. En total, diecisiete (17) horas de marcha a pie para llegar a SABRATHA, punto de embarque de los migrantes.

Llegué justo en el momento en el que los dos grupos principales de rebeldes de la ciudad se enfrentaban. Por un lado, el todopoderoso AHMED EL DABACHI, alias el tío, y, por el otro, su eterno rival SALAMOU. Por lo tanto, los embarques se habían suspendido y los migrantes procedentes de todos los rincones de África eran las principales víctimas. Había que protegerse de los disparos. Algunos murieron a causa de balas perdidas y otros, heridos de gravedad, terminaron falleciendo debido a la falta de atención médica a las heridas. Era una batalla dura y los migrantes se encontraban atrapados en una trampa infernal cuyas causas ignoraban completamente. Estos últimos se alojaron en antiguas casas de guerra abandonadas o incluso en tiendas instaladas en las playas de la ciudad de SABRATHA. La precariedad era máxima.


Es en ese momento cuando tengo mi primer encuentro con una marfileña que me revela información inquietante. En efecto, ella acababa de ser liberada tras haber pasado casi seis (06) meses como esclava sexual de un libio. Me confesó: “Se acostaba conmigo en cualquier momento del día e incluso cuando estaba con la menstruación”. Añade: “Apenas me alimentaba”. Entonces, comprendí que aquello era el infierno en la tierra, porque este relato me recordaba a las historias más oscuras del comienzo de la humanidad. El colmo es que tenía un retraso y no sabía qué hacer.

Luego, me encuentro con un joven senegalés, ISSA DIOP, que también había vivido una experiencia terrible. Había sido vendido en varias ocasiones para trabajos forzados y se encontraba en SABRATHA con la esperanza de que los embarques se retomaran y cumplir su sueño: llegar a Europa. Pero las cosas no estaban sucediendo como previsto y también estaba obligado a pasar las noches en la playa para estar entre los primeros en caso de una posible partida.
Dada esta inseguridad, propuse a mi guía que me acompañara a Trípoli a pasar la noche e ISSA DIOP vino con nosotros. El guía era un joven de origen nigeriano que había tomado el relevo al joven marfileño para acompañarme y velar por mí a cambio de una pequeña cantidad de dinero. Así es como iniciamos el trayecto, ya que Trípoli se encuentra a aproximadamente 60 km de SABRATHA.

En la entrada a la ciudad de Trípoli, el joven nigeriano, que nos llevaba a bordo de un 4 X 4, decidió detenerse. Nos pidió que esperáramos un momento, entró en una casa y no salió hasta media hora más tarde. Durante su ausencia, parejas compuestas de negros y árabes salían de la susodicha casa, lo que llamó mi atención. Por ello, pregunté a mi amigo ISSA con el fin de saber un poco más sobre el joven nigeriano en cuestión. Es en aquel momento cuando me indicó que estaba especializado en el tráfico humano de negros.
Tras su regreso, continuamos con el trayecto pero, 400 metros más adelante, se detuvo de nuevo y nos pidió esperar. Una vez que había pasado la valla, decidí seguirlo para saber un poco más. Grabamos una escena que a simple vista distaba de ser banal, porque había que entender la lengua árabe para darse cuenta de que se trataba de una venta de hombres de raza negra.

A la mañana siguiente, con la ayuda de mi guía nigeriano, pasamos por las prisiones de Zenâta, Tajoura y Tarimata, donde los negros estaban detenidos. Les dimos pan y conversé con algunos de ellos. Los relatos eran abrumadores, pero había que mantener el tipo para evitar desalentarlos, porque estaba allí para mostrarles mi apoyo. Podíamos ver hombres, mujeres, entres las cuales había embarazadas después de haber sido violadas y niños. Todos en la misma celda, donde a veces tenían que dormir de pie. Habían sufrido ya todo tipo de torturas: violaciones (tanto hombres como mujeres), palizas y quién sabe qué más. Parecía que estábamos en el comienzo de la historia de la humanidad, pero no era así. Era horrible. Ante los propietarios, nadie se atrevía a decir nada negativo por miedo a ser castigado tras nuestra partida. Pero, cuando se presentaba la ocasión, todo el mundo quería contar su historia.

Me fui de allí con el corazón destrozado, pensando que ya lo había visto todo, pero estaba lejos de la realidad.

Volví de nuevo a SABRATHA. A mi llegada, me entero de que los embarques se han retomado y que los jóvenes salían de nuevo con destino a Italia. Acababa de enterarme de la noticia cuando nos informan de que un barco inflable con un centenar de migrantes a bordo se había hundido sin ningún superviviente. Durante las siguientes horas, los cuerpos de estos migrantes sin vida se encontraban en la playa. Me di cuenta en aquel momento de que tenía que actuar para tratar de limitar los daños, ya que, mientras tanto, algunos embarcaban de nuevo y otros seguramente estaban en distintos desiertos para probar fortuna y que, a ese ritmo, el mar continuaría siendo el sepulcro de la esperanza.
A pesar de la catástrofe, los pasadores continuaban con su trabajo sucio y los migrantes desesperados embarcaban poniendo en peligro su vida.

JOHN DAHL CARTER

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