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jueves, 18 abril 2024
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Crítica de Aquaman: Otro maremágnum de DC

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La fugaz pero imborrable estampa de un pulpo aporreando los timbales de forma frenética, arrogante y machacona resume mejor que cualquier rosario de epítetos la osada desmesura que es Aquaman. James Wan, arquitecto de las sagas de terror más exitosas de las últimas décadas (Saw, Insidious y Expediente Warren), salda su inmersión en los confines submarinos de los Mundos DC alumbrando un despilfarro de creatividad, descaro y caos. Un alarde de autoconsciente desvergüenza en el que parece no rendir cuentas a nada ni nadie pero con el que tampoco compensa un trance cinematógrafo desmedido y agotador.

El universo cinemático de Batman, Superman y compañía sigue amagando día sí y día también con pulsar el botón ‘Reset’ mientras -y con la excepción de la más comedida y redonda Wonder Woman- sigue anclado en un bucle de ruido y excesos narrativos y visuales. Y, sin tomarse a sí mismo tan en serio como sus compañeros de armas de la Liga de la Justicia, también de los unos y de los tros hace gala Aquaman.

Incansable en su pose canalla, Jason Momoa blande de nuevo el tridente en un filme que, además de un estrepitoso escaparate de exuberantes criaturas marinas y decorados fluorescentes, es también un impaciente amasijo de tramas y subtramas. La de Aquaman es la historia de demasiadas historias que avanza saltando de pantalla en pantalla, de reino submarino en reino, en este caso, con un desarrollo propio de los videjuegos de antaño -los de ahora tienen guiones mucho más cuidados- y que, a fuerza de resultar extenuante -su banda sonora no da tregua- ni siquiera deja espacio para el aburrimiento.

Un viaje excesivo también en su duración que, más allá del psicodélico atracón visual y de algún gustazo que Wan se regala a cuenta del género que mejor domina, ofrece poco o nada consistente. Y es que Aquaman quiere ser tantas cosas que no logra ser ninguna. Tampoco funciona ni cuando pretende ser un filme de aventuras al estilo La Búsqueda (Indiana Jones le queda demasiado lejos) ni cuando prueba suerte con la comedia armado únicamente con el descaro de Momoa y unos diálogos totalmente desangelados.

La carcajada, en cambio, inevitablemente sí se escapa al ver a ese pulpo -personaje, por cierto, canónico en el universo atlante- tocar la batería con el mismo descaro y energía con la que Coma-Doof Warrior, el guitarrista de Mad Max: Fury Road, repartía hachazos en forma de watios empotrado en aquella caravana infernal que perseguía a Max Rockatansky y a la emperatriz Furiosa. Aquello sí era una locura. Y de las buenas.

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