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viernes, 19 abril 2024
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Crítica de Spider-Man: Lejos de casa

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Las vacaciones europeas de Peter Parker tienen, tal y como estaba anunciado, más de epílogo de la colosal ‘Endgame’ que de secuela de ‘Homecoming’. No en vano Spider-Man: Lejos de casa es, en la cronología oficial del Universo Cinematográfico Marvel, el final de la Fase 3 y no el inicio de la Fase 4, la nueva era en la que Peter está llamado a ser uno de los buques insignia. Sin ser definitiva, su condición de nota a pie de página en el macroserial más taquillero de la historia, condenaba ya al filme a estar al servicio de la gran rueda, un sacrificio en favor del conjunto capaz de generar ya a priori cierta insatisfacción. Una sensación que, tal y como demuestra Spider-Man: Lejos de casa, es difícilmente reversible.

Marvel acierta al elegir a su héroe más simpático -Tom Holland demuestra otra vez que NACIÓ para el papel- y de vuelo más ligero para pasar el trago tras la traumática apoteosis vengadora. Pero, aunque la desvergüenza con la que el filme lidia con las secuelas, e incongruencias, que dejó el catártico carrusel de chasquidos es una gamberrada genial, más allá de su desvergonzado arranque, el nuevo Spider-man de Jon Watts, al que de nuevo acompañan los guionistas Chris McKenna y Erik Sommers, no logra encontrar aquel punto de cocción teen y el humor desinhibido que funcionó tan bien en Homecoming.

Sí funciona, en cambio, el Mysterio de un Jake Gyllenhaal al que bastan unas pocas escenas para convencer de que su elección fue un acierto rotundo y de que los grandes actores funcionan incluso disfrazados de bola de cristal parlante.

Tras protagonizar junto a Spidey un par de secuencias de rutinaria destrucción que invitan a la desconexión, a las que -afortunadamente- siguen otro par de conversaciones que recuperan el interés, es precisamente él quien, gracias a las grandes «prestaciones» que ofrece su personaje, consigue elevar las dichosas ‘set-pieces’ un par de escalonesl lanzando algunas imágenes verdaderamente poderosas capaces de llevar al fan de las grapas al éxtasis comiquero.

Tras ese punto de inflexión en la trama, y en el tono, se abre camino -y lo hace conscientemente desde la farsa- otra película más certera, con menos relleno, menos astracanadas y, en resumidas cuentas, mejor. Un filme que, una vez deja de coleccionar Elementales y postales de capitales europeas, se asienta sobre el sólido legado de Tony Stark, los cimientos sobre los que ha de levantar Marvel el futuro de su serial.

En su ya amañada de origen búsqueda para señalar «al nuevo Iron Man», y antes de culminar, cómo no, con la gran secuencia de acción final de rigor y un par de escenas de propina que desde ya son dos de las mejores secuencias post-créditos del Universo Marvel, Spider-Man: Lejos de casa transita por lugares sobrexplotados en el cine de superhéroes, como el eterno dilema -esencial siempre al configurar el arco emocional y el código de valores del vulnerable Peter Parker- entre asumir las obligaciones derivadas de su condición de metahumano o refugiarse en la confortable normalidad y, ahora que todavía puede, en el anonimato.

Pero en su magnética segunda mitad el filme también pone encima de la mesa algunas reflexiones más actuales y, por tanto, más interesantes, que versan sobre la vigilancia global, las mentiras masivas o sobre cómo en una sociedad cada vez más dependiente tecnológicamente la realidad puede ser suplantada por las ilusiones del mundo virtual que, cegados por nuestros móviles, ordenadores y tabletas, construimos a nuestro alrededor. Una irrealidad de ceros y unos que, mientras para bien o para mal nos encaje y sea lo suficientemente ‘instagrameable’, solemos dar por buena sin rechistar.

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