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jueves, 28 marzo 2024
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Crítica de X-Men Fénix Oscura: El viaje a ninguna parte

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Algo se perdió en el camino. Ya fuera en los dichosos ‘reshoots’, ya fuera durante los malabares que tuvo que hacer Lee Smith en la sala de montaje o incluso antes, en alguna de esas cientos de veces que, desde aquel fiasco que en 2006 fue X-Men: La decisión final, Simon Kinberg le ha dado mil y una vueltas a la historia de Jean Grey. Sea como fuere, hay algo esencial que falta en X-Men: Fénix Oscura. Y ese algo no es otra cosa que las ganas, el alma.

Solo así puede explicarse que alguien como Kinberg, que ama con militante devoción la icónica serie de grapas alumbrada en 1980 por Chris Claremont y John Byrne, haya firmado en el que, para más inri, es su debut como director un filme tan carente de personalidad, fuerza e incluso, en sus pasajes más atropellados, coherencia. Un adiós mediocre y, lo que en su caso es más grave, insustancial a la saga de sus amores.

Fénix Oscura es, más que la gran aventura de los X-Men, su funeral y eso se nota en pantalla. Mucho. Y no precisamente porque haya uno en la primera mitad de la película. Ausentes unos -los de más nombre-, desaprovechados otros -los más jóvenes-, solo Sophie Turner logra despertar un mínimo interés en el extenso plantel mutante que deambula por un guión que se esfuerza en vano en unir aparatosas piezas que parecen sacadas de puzzles distintos.

Una villana absolutamente desdibujada y un CGI excesivo y francamente mejorable terminan de hundir un filme que deja como principal poso la sensación -o más bien certeza- de que la mayoría de sus actores no querían estar allí y que, únicamente obligados por sus contratos, estaban deseando pasar página y facturar cuanto antes una saga que, tras la compra de Fox por parte de Disney, sabían que no iba a ninguna parte.

Sensación desoladora que tuvo que ser particularmente desgarradora para el propio Kinberg. Guionista y productor metido ahora a director que aguantaba los bandazos que, durante más de una década, ha ido dando la maltratada saga mutante. Pero ahí seguía él, agarrado con uñas y dientes a la franquicia siempre con la esperanza de encontrar una segunda oportunidad para hacer justicia a su adorada Jean Grey y, esta vez sí y ya a los mandos de la nave, hacerlo bien.

La conjura, su conjura, era no perderse en eternos asaltos a Alcatraz ni en curas milagrosas para centrarse en la poderosa mutante y en su transformación tras ser poseída por la abrumadora Fuerza Fénix: hacer de las terribles consecuencias que la omnipotencia puede acarrear en una mente rota por las mentiras y el dolor no procesado el corazón de la historia.

Pero, una vez más, el tiro le ha salido por la culata. No hay nada: ni fuego ni corazón. Y ya no habrá más oportunidades, al menos para él, para estos mutantes. Menos mal que, con el ‘timeline’ en la mano, siempre nos quedará Logan como broche de oro de la que ha sido la primera era cinematográfica de los X-Men.

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