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viernes, 29 marzo 2024
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Crítica de Ad Astra: La odisea interior de Brad Pitt

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Tras abandonar a Charlie Hunnam en el inhóspito corazón del Amazonas en la infravalorada ‘Z. La ciudad perdida’, James Gray vuelve a abrazar ese gran referente que es, ha sido y siempre será para él y para su cine la obra de Joseph Conrad y lleva a Brad Pitt hasta ‘El corazón de las tinieblas’ del espacio exterior en ‘Ad Astra’.

Gray carga sobre los cada vez más fiables hombros de Brad Pitt todo el peso de su primera incursión en el género de la ciencia ficción. Un filme intenso, pausado e intimista que relata el bello, y en no pocas ocasiones deliberadamente anticlimático, viaje sideral de Roy McBride, un astronauta inmerso en una doble misión: la búsqueda de su padre, perdido hace 30 años en los confines del universo conocido en busca de vida extraterrestre, y la feroz lucha que, de forma constante y silenciosa, libra contra sus demonios internos.

Agujeros negros que lo devoran por dentro y que han convertido a este astronauta modélico y devoto del deber en un tullido emocional, en un hombre torturado que oculta su sufrimiento tras sus metódicas formas y su hierática eficacia. Heridas invisibles que disimula en los constantes exámenes psicológicos que requiere su profesión y que se presentan dibujadas por la recurrente, aunque felizmente nunca inoportuna, voz en off de Pitt. Un tormento incesante, el de este astronauta roto y condenado a la soledad perpetua, que sale a la luz durante su lacerante, literal y metafóricamente, viaje hasta la última frontera, que no es otra que la de sus traumas, la del reencuentro con su yo más profundo.

Una introspectiva, paciente y catártica odisea espacial en la que Gray regala algunos pasajes trepidantes -el deseo de que el rugido de la guitarra de Coma-Doof Warrior acompañe a esos piratas lunares es irrefrenable- y un buen puñado de estampas de apabullante belleza. Agradecidas concesiones al género en un filme en el resuenan Malick, Tarkovsky y, por supuesto, Kubrick y que siempre orbita anclado a lo humano, a lo íntimo.

Y es que Ad Astra no se permite olvidar, ni siquiera por un segundo, que el objetivo de toda esa parafernalia espacial virtuosamente desplegada no es otro que conseguir un contraste, el de lo mínimo y lo infinito, el del hombre indefenso y desarmado ante el vacío del cosmos y ante sí mismo, que amplifique el alcance del conflicto de Roy y su beligerante vida interior. Una realidad tan compleja y obscura como el propio universo. Un misterio insondable que Gray es capaz de atrapar en el curtido rostro del inmenso Brad Pitt.

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