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jueves, 25 abril 2024
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Una refugiada de Mongolia por violencia de género: «Amenazaba con matarme. Yo tenía miedo, pero me fui»

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Sansarmaa (nombre ficticio) es una mujer de 35 años procedente de Mongolia que llegó a España hace tres años, junto a su hijo, quien tenía 6 años entonces y 9 ahora. Hace unos meses, a ambos les concedieron el asilo por ser reconocida víctima de violencia de género en su país. «Él se emborrachaba, me chillaba, amenazaba con matarme, y a mi hijo también le decía que me mataría», relata en una entrevista con Europa Press.

Según confiesa, pasó mucho miedo, pero siempre supo que ese comportamiento «no era humano» porque su familia la crió en un ambiente «más democrático y abierto», a pesar de que en Mongolia existe una cultura «muy machista». «Llegó un momento en el que yo no podía continuar más», asevera.

La Ley de Asilo recoge la persecución por motivos de género como motivo para solicitar la protección internacional. Dentro de esta causa, están incluidas la trata de seres humanos con fines de explotación sexual, mutilación genital femenina, matrimonios forzosos, o la violencia de género. Este último tipo de violencia es el que sufrió Sansarmaa por parte de su expareja.

«Yo tenía un buen trabajo, me llevaba muy bien con mi familia, con mis amigos, tenía una vida normal allí, pero, al final, tuve que salir de mi país», explica al comienzo de la entrevista, tras avisar de que lleva «mucho tiempo sin hablar de esto» para intentar olvidarlo.

Sansarmaa era guía turística en Mongolia. Fue precisamente estudiando idiomas donde conoció al que después fue su pareja. «Nos llevábamos muy bien, nos hicimos pareja, y al principio todo estaba muy bien, aunque muchas veces no estábamos de acuerdo con las costumbres de Mongolia, donde hay muchas cosas que son machistas», señala.

Según cuenta, por ejemplo, en Mongolia siempre que se empieza a servir comida en una mesa «el primer plato ha de ponerse al hombre» que, además, «es el que se tiene que sentar en el lugar más alto» de la mesa. Sin embargo, ella viene de una familia «más abierta» que «ignora» esta cultura machista que establece que «la mujer tiene que servir al hombre». «Mi padre siempre decía: ‘es igual comerse el primer plato o el último, el sabor es igual'».

Pero su expareja no opinaba como su padre y esto provocaba muchas discusiones entre ellos. «Yo le decía que la gente joven hoy en día no estamos de acuerdo. Yo estaba todo el día trabajando fuera y luego al llegar a casa tenía que ocuparme de todo los quehaceres, de cocinar, etcétera, y eso no es así», subraya.

«ME CHILLABA Y SE PONÍA AGRESIVO»

Según relata, «nunca» estaban de acuerdo en esto, lo que dio lugar a «peleas y discusiones» cada vez más habituales. Además, «aunque él al principio no bebía», después empezó a llegar a casa ebrio. «Se emborrachaba y me chillaba, se ponía agresivo», afirma.

Al día siguiente, «decía que no sabía lo que hacía, que estaba tan borracho que no se podía controlar y me pedía perdón, decía que me amaba y que no podía vivir sin mi». Asimismo, le prometía que no volvería a beber, pero Sansarmaa dice que esa promesa «no duraba ni dos días».

«Por suerte yo tenía un trabajo con el que siempre estaba viajando a otros lugares dentro o fuera de Mongolia, entonces estaba mucho tiempo fuera de casa», remarca. Eso sí, cuando regresaba, sostiene que «era horrible». «No me dejaba dormir. Muchas veces me decía ‘te voy a matar’, y a mi hijo le decía ‘tu madre está muerta'», asegura.

Sansarmaa al principio se encaraba y discutía con él, pero luego empezó a tenerle miedo, en parte por la seguridad de su hijo. «Ya cuando volvía borracho, yo me callaba, le daba la razón, hasta que caía dormido», narra.

LA JUSTIFICACIÓN DE LOS MALOS TRATOS

Tal y como relata, «llegó un momento» en el que ya no pudo seguir así, aunque le daba «vergüenza» contárselo a su familia y amigos. «En Mongolia si una mujer es maltratada se piensa que es porque es una mala mujer y que tiene la culpa. Que él me podía reprochar que pasaba mucho tiempo fuera de casa, y que es normal ese comportamiento», asegura.

Aunque no comentaba su situación de maltrato, su familia «se imaginada que nada iba bien» y «estaban preocupados», según apostilla ella. También se percató de ello una amiga íntima, que le advirtió del peligro que corría y fue la que le ayudó a marcharse de Mongolia.

Ambas eligieron un destino europeo tras descubrir que el hombre, tras ser expulsado de Francia, no podía entrar en territorio Schengen durante unos años. Ella había estudiado español y, por ello, decidió dirigirse hacia España.

HUYÓ DE MONGOLIA «SIN AVISAR»

Durante meses, ahorró un dinero que le guardó su amiga en su domicilio y, un día, sin avisar a ningún familiar ni amigo –solo lo sabía su amiga–, le dijo a su pareja que se iba a China de viaje de trabajo y se llevó a su hijo con ella. Aquella fue la última vez que le vio.

VIAJE A ESPAÑA

Ya en China, solicitó un visado Schengen para ella y su hijo y, tras ello, se dirigieron a Madrid. «Fue un viaje largo, pero lo conseguimos», destaca. Estuvieron unos diez días en la capital, durante los que pasaron por una Iglesia y por el Samur Social, hasta terminar en Accem, una ONG en defensa de las personas refugiadas y migrantes.

La organización les ha dado atención jurídica y psicológica, así como acogida a Sansarmaa y a su hijo, que al poco de llegar a Madrid fueron trasladados a Vitoria. Tras casi tres años allí, ahora viven en Bilbao, conde ella encontró trabajo.

Aunque comenzó trabajando como traductora de mongol al castellano, buscó en otros sectores y actualmente está de empleada en un restaurante. «Estoy bien y contenta», señala esta refugiada, que asegura que su hijo también es feliz en España, a pesar de «duro» comienzo.

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