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jueves, 28 marzo 2024
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Alberto Vera, el obispo español que acoge a los desplazados de la «guerra sin rostro» al norte de Mozambique

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El riojano Alberto Vera, obispo de Nacala (Mozambique), lleva años acogiendo en su diócesis a personas que huyen de la violencia derivada del conflicto de Cabo Delgado, al norte de Mozambique, donde se vive «una guerra sin rostro». La ONG de desarrollo de la Iglesia católica, Manos Unidas, colabora con la diócesis para atender a las familias desplazadas.

«El conflicto de Cabo Delgado podría considerarse la guerra sin rostro. Unos dicen que tiene un trasfondo religioso, lo cual es falso; otros que es por las riquezas de la zona –y no se sabe quién está detrás, pero los rebeldes no dejan de enriquecerse– y otros dicen que es una guerra étnica», explica el prelado.

Para Vera, las circunstancias de extrema pobreza en las que vive la población de la zona es, probablemente, uno de los motivos que alimenta un conflicto «cada vez más violento y cruel».

Según la declaración de la Comisión Episcopal de Justicia y Paz de Mozambique, emitida en abril de 2021, el conflicto radica en una revuelta popular contra los abusos de poder y la falta de expectativas de mejora de la vida de la población o «lo que equivale a decir –señala la declaración– una guerra contra el gobierno».

Según los obispos mozambiqueños, hay una segunda causa, más económica, que liga la guerra al descubrimiento de gas natural y a la explotación de riquezas naturales –rubíes, oro, maderas preciosas– y, paralelamente, a los negocios ilegales de tráfico de drogas y «diversos tipos de tráfico ilícito».

La tercera causa podría situarse, según el comunicado eclesial, «en la eclosión de una revuelta yihadista islámica protagonizada por mozambiqueños radicalizados en Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Qatar y otros países de África en los que se viven conflictos similares».

OBLIGADOS A ABANDONAR SU TIERRA

Aunque los motivos no están claros, desde Manos Unidas señalan que no hay ninguna duda de quiénes son las víctimas: los pobladores de la región, personas en su mayoría analfabetas, sin perspectivas de futuro, que viven al día de su trabajo en el campo o en el mar.

La declaración de la Comisión Episcopal de Justicia y Paz de Mozambique lo explica: «En Cabo Delgado son las personas inocentes las que mueren o resultan heridas y abusadas. Estas personas ven violada la paz de sus hogares, destruidas sus casas y profanados los cadáveres de sus familiares. Y se ven obligadas a abandonar la tierra que los vio nacer y donde están enterrados sus antepasados».

El número de personas desplazadas por el conflicto en Cabo Delgado no cesa de aumentar. Ya son casi 700.000 personas las que han huido dejando todo atrás en busca de la paz y la estabilidad. Huyen por mar o a través de la selva en sin agua o comida y encontrándose cadáveres a cada paso.

De ellas, casi 70.000 han encontrado refugio en la provincia de Nampula, unos en centros de desplazados y otros en los hogares de sus familiares, lo que lleva a que ahora «en casas en las que antes había 7 personas, ahora pueda haber hasta 30», según explica monseñor Vera.

«La gente vive en campos provisionales, sin atención. Muchos llevan 5 años viviendo allí. Quieren regresar, pero no pueden porque tienen miedo de los insurgentes», enfatiza.

LOS NIÑOS, LOS MÁS PERJUDICADOS

Los niños y adolescentes son, actualmente, los más perjudicados porque, tal y como asegura el religioso español, en 2020 perdieron el colegio por la pandemia y en 2021 no hay condiciones de escolarización para todos.

Los proyectos con personas desplazadas ocupan ahora gran parte de la labor de la diócesis. «Estamos ayudando a estas familias con alimentos y buscamos plaza en las escuelas públicas para los niños. Y para las mujeres, hemos puesto en marcha proyectos de generación de ingresos por medio de la costura», explica.

También tienen un equipo de ‘Amigos das Crianças’ (Amigos de los Niños) que atiende y da apoyo psicosocial a los desplazados. En Nacala, 500 niños reciben esta atención en grupos pequeños, lo que les ayuda a liberarse de los traumas vividos. Manos Unidas ha colaborado en el proyecto de alimentación para casi 1.000 familias y en el trabajo de apoyo a niños, niñas y adolescentes.

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