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viernes, 19 abril 2024
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Carlos Granés recupera del olvido Living Theatre, la compañía que quiso cambiar los valores con irreverencia y rebelión

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El antropólogo Carlos Granés se topó por casualidad en una de sus investigaciones con el teatro experimental norteamericano y descubrió entre varios grupos uno que brillaba con «especial luminosidad»: el Living Theatre. Ahora, recupera del olvido en un libro la trayectoria y las contribuciones de una compañía teatral que intentó cambiar los valores de la sociedad con irreverencia y rebelión.

‘La invención del paraíso. El Living Theatre o el arte de la osadía’ (Taurus) es el título de la obra en la que el colombiano reivindica el legado vital de un «protagonista fundamental de todos los movimientos culturales, experimentales y revolucionarios de la Norteamérica de los 40, 50, 60 y 70 que hoy nadie recuerda», según ha explicado durante una entrevista concedida a Europa Press.

Fundada en 1947 por Julian Beck y Judith Malina como alternativa al teatro comercial, la compañía Living Theatre, que hoy en día mantiene su actividad, fue más que un grupo de teatro: «Fue una comuna, porque lo que se propusieron a finales de los años 50 más que crear obras de teatro fue crear un estilo de vida alternativo para mostrarlo en los escenarios».

En aquellas puestas en escena, tal y como explica Granés, las obras de teatro se creaban entre todos y no tenían una estructura definida, sino que consistían en «rituales» colectivos que daban lugar a «la improvisación y la participación del público».

Granés se pregunta por qué su actividad cayó en el olvido, teniendo en cuenta las amistades que mantenían y los ambientes en los que se movieron. «¿Por qué no se ha dedicado una exposición o retrospectiva, por qué están en la sombra, cuando ellos habían sido íntimos de músicos como John Cage o Jim Morrison, artistas como Dalí, Willem de Kooning o Paul Jackson Pollock, o cineastas como Pier Paolo Pasolini o Bernardo Bertolucci?».

El autor reconoce que los miembros de esta compañía eran «supremamente incómodos», puesto que siempre desarrollaron un teatro «provocativo y desafiante para el auditorio».

AL PACINO Y MARTIN SHEEN, ADMIRADORES

Su olvido puede estar relacionado también con «cierta mala suerte». Según ha relatado, Living Theatre fueron de los pocos artistas que se mantuvieron «fieles a su ideario», lo que «les alejó por completo de los medios de comunicación, de la comercialización de los productos artísticos y de la violencia revolucionaria». Además, también se alejaron del arte pop y siguieron un «camino pacifista y espiritual» que desdibujó su presencia y los dejó sin un lugar en el panorama cultural de los años 80.

Sin embargo, Granés pone de relieve en este libro un legado que hoy en día reivindican nombres de la actuación como Al Pacino o Martin Sheen, quienes mantienen un respeto hacia esta compañía, de «las pocas» a las que respetan en el mundo del teatro, según ha recalcado el autor de este volumen.

A su juicio, su mayor contribución fue su propuesta por cambiar los valores y «ablandar la sociedad para que las estructuras rígidas y conservadoras se volvieran más flexibles». Además, Granés recuerda que también quisieron cambiar «el capitalismo y la industrialización, la idea de razón moderna y la noción de progreso».

Aunque «fracasaron en ese empeño», consiguieron que ciertos valores que a principios del siglo XX eran marginales se hicieran mayoritarios. «La irreverencia, las actitudes lúdicas, la legitimación del placer, el humor, y la idea de rebelión, que hoy están reflejadas en cualquier anuncio», señala Granés, autor de ‘El puño invisible. Arte, revolución y un siglo de cambios culturales’, Premio Polanco al mejor ensayo.

DALÍ Y LIVING THEATRE: EXPERIMENTO SOCIAL

Los miembros de Living Theatre conocieron al artista español Salvador Dalí a finales de los años 50 y volvieron a reunirse con él en 1969. Según narra Granés, pasaron con él las noches del 24 y del 31 de diciembre de aquel año, fechas en las que el artista organizó sendas fiestas en el hotel Saint Regis de Nueva York donde se hospedada.

En una de ellas, el pintor surrealista se rodeó de gente glamurosa. La segunda consistió en una extravagante cena en la que escenificó su ideal de sociedad: a un lado de la mesa, un príncipe ruso que había escapado de los bolcheviques y que en ese momento trabajaba con Nixon para contener las revueltas estudiantiles; y al otro, los directores del Living Theatre, que promovían estas revueltas.

Granés ha indicado que poco antes de celebrarse esta cena, Dalí le había explicado a uno de los directores de la compañía que su ideal de sociedad era aquella en la que existiera «una monarquía culta, amante del arte, que estuviera fascinada por los artistas». De forma paralela, «una comunidad de artistas anarquistas que conspirara todas las noches para matar a la monarquía».

Su relación con España no se redujo únicamente a la relación amistosa con Dalí, sino que llegaron a subir a las tablas del país su versión de ‘Antígona’ en los años 60, sin librarse, eso sí, de la censura. El escarmiento no fue suficiente para evitar una nueva visita, en los años 70, aunque nunca se atrevieron a interpretar ‘Paradise now’, su obra «más radical».

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