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jueves, 28 marzo 2024
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La lucha contra el Covid en las Fuerzas Armadas, del horror de las residencias a las miradas de emoción de los enfermos

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Tres militares que han combatido la pandemia relatan a Europa Press su experiencia: «No lo vamos a olvidar nunca».

15 de marzo de 2020. La ministra de Defensa, Margarita Robles, firma la Instrucción que marca la directrices para que las Fuerzas Armadas salgan a la calle a luchar contra el coronavirus. Ese mismo día ya recorren algunas ciudades más de 300 efectivos de la Unidad Militar de Emergencias (UME) para hacer los primeros reconocimientos, pero durante los siguientes tres meses serán miles los militares de todos los Ejércitos y la Armada los que contribuyan al mayor despliegue militar en tiempos de paz.

La Operación Balmis duró oficialmente 98 días, durante los que se realizaron un total de 20.002 intervenciones en 2.302 poblaciones de todas las comunidades autónomas. Apoyo logístico, transporte, desinfecciones y traslado de enfermos y fallecidos son algunas de las labores que han marcado el año 2020 de los militares. Su sucesora, la Operación Baluarte, ha sido la que ha permitido además a las Fuerzas Armadas entrar directamente en las casas de los ciudadanos a través del rastreo del virus.

RASTREO HASTA LA SALA DE PARTO

La cabo del Ejército del Aire Fuensanta López relata a Europa Press las emociones que experimenta cada día cuando se sienta al teléfono. Desde el mes de septiembre, López ha aparcado su habitual trabajo de comunicación en la Escuela Militar de Paracaidismo ‘Méndez Parada’, en la base de Alcantarilla (Murcia), para hacer seguimiento de los positivos y sus contactos estrechos.

En total, son casi 3.000 militares siguiendo los pasos del Covid-19 casa por casa. Cataluña y País Vasco son las únicas comunidades que no han respondido al ofrecimiento del Ministerio de Defensa para sumar a miembros de las Fuerzas Armadas a sus servicios autonómicos de salud.

Para la tarea, los militares han recibido formación en muchas disciplinas, pero una de las más importantes es la psicológica. «La gente te deja entrar en su casa y necesita compañía para el confinamiento», explica la cabo del Ejército del Aire, que asegura haber encontrado una respuesta extraordinaria del 99 por ciento de personas con las que ha contactado. «A veces llamas y te coge el hijo del infectado, te dice que su padre está agonizando pero aún así quiere colaborar», reconoce emocionada.

Las personas mayores son las que más agradecen escuchar una voz al otro lado del teléfono, sobre todo cuando ha llegado la Navidad y se ven obligados a pasar solos las fechas más señaladas. Pero también hay momentos felices. Fuensanta López nunca olvidará a una joven embarazada que dio positivo por Covid-19. Estuvo hablando con ella cada dos o tres días durante semanas hasta la última llamada, cuando iba ya en el coche camino del hospital para dar a luz.

OJOS DE AGRADECIMIENTO

Más amarga en algunos casos fue la experiencia de los militares que participaron en la desinfección de residencias, donde encontraron casos dramáticos de personas mal atendidas o centros en los que el virus había hecho estragos. El capitán del Ejército de Tierra Alfonso Fariña se queda sin embargo con el agradecimiento de muchos directores de centros, su personal y las personas mayores allí alojadas cuando los veían aparecer ataviados para combatir el virus.

El capitán Fariña está al frente de la Compañía NBQ de la Brigada ‘Guadarrama’ XII del Ejército de Tierra, una de las elegidas para esta tarea por el grado de especialización de sus integrantes. Habitualmente, estos militares se preparan para hacer frente a un ataque nuclear, químico o biológico, tanto dentro del país como en las misiones internacionales en las que participa España; pero en esta ocasión salieron día a día a la calle para intentar frenar la expansión del coronavirus.

Sus escenarios durante este último año han sido muy variados –estaciones de tren, hospitales, centros de salud, cárceles, iglesias, colegios o centros militares–, pero siempre envueltos en el traje de protección que, sin embargo, no les aísla del sufrimiento que han visto en los ojos de mucha gente estos meses.

«Hemos visto escenas dramáticas que nos provocaban mucha rabia y pena, pero también hemos recibido un cariño inmenso», reconoce el capitán Fariña, que recuerda con especial cariño una visita a un centro de discapacitados intelectuales en la sierra de Madrid. «Nunca llovió que no escampó», dice recurriendo a un dicho de su tierra para mostrar optimismo sobre la capacidad de España para superar la pandemia.

La lucha contra el coronavirus ha obligado a los militares a realizar tareas nuevas, pero su preparación en las Fuerzas Armadas aseguran que ha sido básica para poder afrontar estas labores desde el primer día.

SER LA FAMILIA QUE NO PUEDE ESTAR

Una de las responsabilidades más duras que tuvieron que asumir fue el traslado de fallecidos a las morgues provisionales habilitadas por la Comunidad de Madrid ante el colapso de los crematorios, así como el de pacientes entre hospitales debido a la saturación de algunos centros durante los peores días de marzo y abril.

El teniente Carlos Crespo había participado antes con la UME en emergencias, pero esta fue una responsabilidad «totalmente nueva» que tuvo que asumir junto a sus compañeros. De ello se queda con un balance «muy positivo», orgulloso de sentirse como «una gota de agua» que ha contribuido a combatir el virus.

Una de las labores más exigentes para él, según relata a Europa Press, fue el traslado de pacientes. Los más graves eran llevados de un centro hospitalario a otro, mientras que los leves eran trasladados al hospital instalado en Ifema, siempre acompañados por un médico que pudiera atender emergencias que surgieran por el camino.

De esta experiencia el teniente Crespo guarda en su memoria «mil anécdotas», pero la sensación que más recuerda es el agradecimiento de los enfermos al sentir el «calor humano» después de semanas o incluso meses alejados de sus familias.

Mucho más duro para ellos psicológicamente era el traslado de fallecidos, que durante semanas se sumaban por centenares a diario. Los militares eran entonces los únicos acompañantes de personas que no pudieron estar junto a sus seres queridos al final de sus vidas. «Tratamos a cada uno de ellos como si fuera un compañero», aseguraron entonces desde la UME a Europa Press. «Vela, respeto, silencio y, en algunos casos, hasta oración», explicaron asumiendo los soldados un duelo que no podían realizar sus familiares.

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